-Hijo, ¿se puede saber adónde me llevas?- preguntó por enésima vez.
Me volví de nuevo procurando ser paciente.
-Ya lo verás. Es una sorpresa- sonreí.
Clavé mi mirada en la suya. Sabía que mis ojos bicolores le intimidaban. No volvió a preguntar y se limitó a seguirme.
Desde luego si le contaba el porqué de nuestra incursión en el bosque tal vez diese media vuelta. Pero como había dicho, es una sorpresa.
La nieve crujía bajo nuestras pisadas. Los árboles comenzaban a estar muy juntos. Eso significaba que no quedaba mucho para llegar al corazón del bosque. Una brisa helada penetraba en mis pulmones y el olor a humedad impregnaba el ambiente.
-“Ya casi estamos”- dije para mis adentros.
Continuamos avanzando. Mi padre me seguía con dificultad. Varias veces me detuve a esperarle. Bajaba la temperatura, a pesar de que las copas de los árboles actuaban como manta.
Volví a detenerme. Olisqueé el aire. Pude olerlos. Sonreí.
-Prepárate, padre. Nunca has visto nada igual.
Esperé pacientemente a que se zafara de las zarzas que ahora le atrapaban y cogí su mano. Estaba fría como el hielo, al contrario que las mías.
Aparté los últimos matorrales y llegamos a una llanura blanca con forma circular cubierta por la nieve. Los árboles se abrían respetando el círculo como una enorme cúpula y dejaban pasar los rayos de la luna llena. Realmente este lugar debía ser el centro del bosque. Pero lo más impresionante se hallaba en el centro de la explanada, donde cinco lobos descansaban unos junto a los otros. En cuanto llegamos levantaron la cabeza y nos miraron.
Mi padre se puso por un momento tenso. Se acuclilló con lentitud sin hacer ningún movimiento brusco.
-“Como si eso fuese a detenernos”- me reí para mis adentros.
Caminé despacio alejándome de mi padre. Cuando llegué junto a los lobos uno de ellos acarició su hocico contra el mío como saludo. Me volví y busqué los ojos de mi padre. Éste había caído rendido de rodillas.
Caí rendido de rodillas. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Por mucho que me doliera, admiré la belleza de mi hijo. Su tamaño superaba al de los otros cinco. Su pelaje era negro como la muerte, que contrastaba con los colmillos blancos y afilados que ahora se cernían amenazadores hacia mí. Lo único que no había cambiado en él eran sus ojos. Esos ojos a los que nunca me acostumbré.
-Supongo que ahora no tiene sentido disculparme por todo lo que te hecho sufrir- susurré entre lágrimas.
Las fauces de la criatura se cerraron sobre mi garganta a modo de respuesta.
The Reaper
¡Qué buen hijo!
ResponderEliminarPero muy corto primo, eres un vago.
lobos!
ResponderEliminarpero jo, hijo un pko renkorosillo no?
wow lobos! lobos! al principio me recordaba a los licantropos de los libros de stephanie meyer pero luego cambio un poco la cosa xD
ResponderEliminarrepito que siento haber pasado poco por aqui...
pronto escribire, espero.
buen relato, hermano, me han gustado los ojos.
ResponderEliminaren cuanto al final... ya me lo esperaba, viniendo de ti... :)